Domingos de resaca en mi laberinto sin muros. Es irónico no
poder encontrar una salida en un lugar donde nada te limita físicamente, pero
si no hay puertas me pierdo. Me senté en medio de la nada para observarlo todo
y noté demasiado espacio para mí solo. Mi tesis cambiaba continuamente, llegaba
a conclusiones cada dos por tres y yo no quería eso. Quería no pensar,
necesitaba desatarme de esas sogas que apretaban mis tobillos y se tensaban
cada vez que me intentaba escapar hacia ningún lugar. Traté de romperlas y mis
manos empezaron a sangrar, pero estaban limpias. La sangre salpicaba el suelo y
mi orgullo el techo. El amor se había encerrado en el sótano hasta quién sabe
cuándo. Volví a mirar mis manos y observé las marcas de las quemaduras de la
cuerda, sinuosas y profundas; tenía la piel rebanada y mi sangre se manifestaba
en masa bajo el eslogan de: “Ella tiene la culpa, tú hiciste las rectas
curvas”. Me escupí en las manos para calmar el dolor y no hice más que
ensuciarlas. Mi boca estaba llena de odio. La mía, de mí, yo. Yo, que nunca
odio, que nunca guardo rencor. Mentira, ¿Te conoces? No me reconozco. No soy
intragable pero no me disuelvo, o me tomas solo o no me tomes. Pueden llamarme
egoísta porque lo que es mío, es mío y no comparto aquello de lo que no puedo
persistir.
Debí darme cuenta antes de que era un buzón dónde todo el
mundo metía sus cartas y cada una de las personas pensaba que era la única que
lo hacía. Un buzón de Correos. ¿Cuántos lo harían? Yo lo hice demasiadas.
"Tú vives tu vida pero ¿Quién escribe tu guión?"
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