No fueron ni una, ni dos, ni
tres veces; fueron demasiadas. Cansa y agota. Estremece. Es como la gota que
cae sobre tu cabeza pero que se desliza poco a poco por tu frente haciéndote
cosquillas pero molestando, que sigue el curso de las curvas de tu tez dibujando
cada arco del rostro; la gota que quieres apartar de tu cara pero que sabes que
aunque no lo hagas acabará precipitándose por tu barbilla y cayendo al suelo,
por lo que da igual que la quites o no, acabará desapareciendo. Es algo
natural y original. Es algo único. El volumen de la gota disminuye mientras
corre, a la vez que gana velocidad dejando una huella húmeda que tarde o
temprano borrarás. La gota palpita y cae. La gota se hunde en el aire y estalla
contra el suelo. Se rompe y salpica. Y tu rostro… Tu rostro se seca, una vez
más. Como ocurrió con las miles de gotas anteriores, como sucede siempre, como
jamás quise que terminara. Es de tontos darle tanta importancia a una gota
cuando hay miles, ¿Verdad? Todos sabemos lo que ocurre cuando una gota te cae
en la cabeza, el problema es que esta gota no era de agua… Era de amor y de
odio, de orgullo y de humildad, de rencor y de afecto, de noches estallando cariño
y de muchas otras perdiendo los papeles contra el colchón. Contenía alegría y
sonrisas invertidas. Me marcó, me hizo grande y me hizo minúsculo. A veces no
podía ni entrar por la puerta, pero son cosas de adolescentes.
La gota está vacía, aquí
dentro ya no llueve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario