Ese chico se está deshaciendo al compás de las manos de aquella
pianista; su melodía no desafina y el hilo musical hace que se pierda el violín
de fondo.
Ese chico no sonríe para nadie más, desentona demasiado para
no ser diferente. Todos ven algo en él pero pocos son capaces de apreciarlo; no
puede disimular no haber pillado a su orgullo en Bentley vigilando su azotea, vestido
de traje, con la tristeza como compañera de viaje y la indiferencia
despidiéndose pañuelo en mano.
Una vida repleta de frases sin acabar y demasiados
paréntesis, las manos arañadas de plantar rosas y recoger espinas y un saco de malas costumbres
que solo la avaricia podría romper.
Queda poco que decir desde que ese violín encontró su piano.
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