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jueves, 24 de noviembre de 2011

Las cosas nunca salen como uno quiere.

No siempre las cosas salen como uno quiere. La vida da tantas vueltas que al final te acaba mareando, se ríe de ti, en tu cara y tú a veces ni te das cuenta. No sé porque los mejores recuerdos siempre llegan a tu mente en una mala situación, no sé si para auto-convencerte de algo o simplemente porque es así y no hay más. El problema viene cuando tienes que decidir si merecen más la pena los buenos o los malos momentos de una situación, ese gran dilema moral que tanta gente sufre a lo largo de su vida, tengo 17 años y no sé muy bien que será de mí, pero ahora mismo tengo muy claro que quiero, pero también que debo hacer. Sé muy bien que no quiero y que momentos abundan en estas circunstancias. La puerta está entre abierta, tengo una llave y un candado para cerrarla y las mejores botas del mercado para poder abrirla de una patada y dejar todo atrás. Existen tantas sensaciones merodeando por todo mi cuerpo que no sería capaz de describir con certeza una sola de las miles que me recorren. La autoestima está rodando por los escalones y el orgullo se asoma por la repisa de la ventana acompañando al dolor que me guiña un ojo sin transparencias, sin embargo, el sentimiento más grande tira de mí arrastrando con benevolencia el resto de las virtudes que me llevan al ocaso. Muchos pensarán que mi brújula no va hacia el Norte, sino hacia campos verdes, y el que no lo entienda, lo siento, pero nadie le ha pedido que lo haga.
No sé cómo, ni cuando, ni si quiera si tengo suficientes por qués, pero el que tiene un por qué tiene un cómo, y el que tiene un cómo siempre puede desarrollar el cuando. Si lo quieres lucha.

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